jueves, 14 de enero de 2016

Problemas de corazón

Esta mañana me levanté con el estómago revuelto. No tenía muchas ganas de comer, pero como tenía sueño decidí tomarme un café enorme y bien cargado. A medida que pasaba el tiempo cada vez me encontraba peor, la acidez me estaba matando y poco a poco comencé a notar una sensación de humedad en mi pecho.


Debajo del pijama noté que tenía una herida justo por encima de la barriga. Metí mi mano dentro de ella y empecé a rebuscar hasta que llegué a mi corazón y, como nunca lo había visto, decidí tirar de él y lo coloqué encima de la mesa. La verdad es que tenía buen aspecto y yo me encontraba mucho mejor sin esa máquina de bombear sangre dentro de mi cuerpo.

Como mi organismo funcionaba perfectamente pensé: ¿y si salgo a correr como un loco?, ¿quizás no me canse? Como no tengo corazón. Dicho y hecho. Salí a la calle, empecé a caminar muy rápido y la sensación era increíble: además de no notar cansancio cada vez me sentía mejor. ¡Era genial!

Tenía sed. Así que me compré una botella de agua y comencé a beber, el único problema era que el líquido salía fuera de mi cuerpo a la altura del pecho y no me llegaba al estómago, pero compré un trozo de manguera en una ferretería y asunto arreglado. Se ve que toqué algo al sacarme el corazón y se me rompió el esófago. O, al menos, eso pensé en ese momento por inventarme alguna explicación.

Después de un largo paseo regresé a mi casa y mi corazón seguía allí: latiendo a un ritmo pausado encima de la mesa. La herida ya no me sangraba, pero no me atreví a sacarme más órganos.

Me puse a ver cosas tristes en la tele, también hice un esfuerzo por recordar experiencias y momentos melancólicos de mi vida y me di cuenta que no sentía pena por nada. Básicamente todo me daba igual. Esto de no tener corazón se estaba poniendo interesante e inquietante al mismo tiempo.

Observando mi corazón, noté que en su superficie se podían ver distintos acontecimientos sobre mi vida que se iban alternando como si estuviera haciendo zaping en un televisor. Era aterrador comprobar como diferentes recuerdos de mi existencia se alternaban aleatoriamente, sin seguir ningún patrón, sobre un músculo que se contraía y dilataba deformando las imágenes que se proyectaban en él.

De repente, mi corazón parecía más grande. Estaba creciendo fuera de mí, se ve que se encontraba cómodo porque tenía más espacio. Pasadas un par de horas más era evidente que ya era mucho más grande que cuando lo saqué de mi cuerpo y, además, se estaba haciendo perezoso. Cada vez latía más lento y las imágenes que reflejaba comenzaban a verse distorsionadas.

Sin dudarlo, lo agarré con decisión e intenté meterlo en mi pecho, pero ya no cabía, era mucho más grande que mi herida. Pensé en cortarlo por la mitad y meter una parte y luego otra, aunque después de pensarlo un rato no me pareció buena idea la autocirugía.

Mi corazón se moría y yo no podía hacer nada. Lo increíble es que yo seguía vivo sin sentir dolor, no tenía emociones y básicamente todo me resultaba indiferente. Así que como no tenía ninguna preocupación decidí irme a dormir después de un día tan ajetreado.

Al cabo de varias horas desperté y por más que me esforzaba en abrir los ojos todo lo veía negro. Me incorporé y me di un golpe tan fuerte en la cabeza que volví a tumbarme inmediatamente. Tampoco podía estirar los brazos porque al hacerlo chocaban contra una superficie acolchada y apenas podía describir con ellos un círculo por encima de mi cuerpo. Estaba atrapado, encajonado y sumido en la más absoluta oscuridad.

Poco a poco comencé a entrar en un estado de pánico que llevó a mi mente imágenes confusas de gente herida, olor a quemado, gritos, sangre en el pecho de un hombre. Parecían recuerdos de un campo de batalla y de un lugar donde la vida no valía nada. En ese instante me di cuenta que estaba soñando muerto que todavía seguía vivo.


Copyright © 2016 Literatumas: blog literario de Martín Lapadula

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